TEMA CANDENTE: LA CENSURA DE LAS PLATAFORMAS SOCIALES. No puedo callarme más. Estoy harto de ver cómo las grandes plataformas sociales —esas que presumen de libertad de expresión— actúan como jueces y verdugos digitales según les conviene. Y no, no lo hacen por proteger a nadie ni por cuidar a la comunidad: lo hacen por intereses. Por dinero. Por poder. Porque, aunque lo disfracen con normas bonitas, al final quien manda en este circo es el que paga. El resto, los que decimos verdades incómodas o no generamos ingresos para sus bolsillos, simplemente somos censurables. Silenciables. Prescindibles.
Lo más grave es que esta censura no es transparente ni justa. No es la misma para todos. Depende de dónde vivas, de lo que digas, de a quién incomodes… y, sobre todo, de cuánto dinero pongas sobre la mesa. Si tienes patrocinadores, marcas detrás o estás alineado con sus intereses, puedes decir casi cualquier cosa. Si no, mejor que te calles. Porque si te sales del guión, te tumban. Te limitan. Te borran. Así de claro. Así de sucio. Así de hipócrita.

LA CENSURA DE LAS PLATAFORMAS SOCIALES
La censura no es igual para todos: depende del país
Vamos a dejarnos de tonterías: las plataformas sociales aplican la censura según les conviene en cada país. Nos venden el cuento de que sus “normas comunitarias” son universales, que todos jugamos con las mismas reglas… pero es mentira. En realidad, adaptan esas normas al gusto del gobierno de turno, del régimen que más presiona o del país que más beneficios económicos les genera. ¿Y qué pasa con los derechos de los usuarios? Pues que valen menos que un clic.
He visto publicaciones eliminadas en cuestión de minutos por mencionar temas políticos en ciertos países, mientras que el mismo contenido sigue vivo y coleando en otras regiones sin problema. ¿Por qué? Porque no se trata de proteger a nadie, sino de no molestar a los poderosos. Si un gobierno amenaza con limitar el acceso a la plataforma o con sanciones, estas se bajan los pantalones. Rápido. Sin preguntar. Porque al final del día, lo que les importa no es la libertad de expresión, sino mantener sus ingresos y su cuota de mercado. Y si para eso hay que callar a millones de personas, lo hacen sin remordimientos.
Los anunciantes deciden lo que se ve y lo que no
Aquí va una verdad incómoda: no son los usuarios quienes mandan en las redes sociales. Son los anunciantes. Las grandes marcas que meten millones en campañas publicitarias son las que tienen el poder real. Ellas son las que dictan lo que se permite y lo que no. Y si tu contenido choca con sus intereses, aunque sea legítimo, aunque sea verdad… te lo tumban. Punto. Sin explicaciones claras, sin opción a defensa. Porque no molestas a la comunidad: molestas al que paga la fiesta.
He visto cómo se oculta contenido crítico, social, político, humano… porque no es “amigable para anunciantes”. ¿Y qué sí es amigable? El contenido que no dice nada. Los bailes, los retos virales, las frases vacías. Eso sí vende. Eso sí retiene. Y eso es lo que quieren que veamos. El algoritmo está programado para proteger el flujo de dinero, no la calidad del contenido ni la voz de los creadores. Si eres un creador independiente que levanta la voz y no genera ingresos… prepárate para ser invisibilizado.
Lo más triste es que esta manipulación se disfraza de “moderación automatizada” o “fallo del sistema”. Pero todos sabemos que es una excusa barata. Porque cuando una gran marca comete un error o lanza contenido cuestionable, no pasa nada. Se les protege. Se les da la opción de corregir. Pero tú, que llevas años construyendo una comunidad desde cero, te comes la censura sin previo aviso. Porque no eres rentable. Y si no das dinero, no tienes voz.
Los algoritmos castigan la verdad si no es “rentable”
Ya está bien de romantizar a los algoritmos como si fueran neutrales. No lo son. Están diseñados para una cosa: generar dinero. Y si tu contenido —aunque sea veraz, necesario o socialmente relevante— no genera clics, ventas o retención, te hunde. Literalmente. Tu alcance cae en picado, tus publicaciones no le llegan ni a tus seguidores más fieles y, lo peor, nadie te dice por qué. Porque ni siquiera importa la calidad de lo que haces: importa si es “útil” para el negocio.
¿Quieres denunciar una injusticia? ¿Criticar una marca? ¿Hacer reflexionar a tu audiencia sobre algo incómodo? Mala idea si quieres seguir visible. El algoritmo no quiere contenido que incomode, que despierte conciencias o que genere debate real. Quiere entretenimiento vacío, fácil de digerir y mejor aún si lleva detrás una campaña de pago. La verdad molesta. No vende. No retiene tanto como un vídeo de 15 segundos bailando sin decir nada. Así de crudo.
Y mientras tanto, nos venden la idea de que el algoritmo es “objetivo”, que todo depende del “engagement”. Mentira. Porque si fuera por engagement real, muchos contenidos silenciados estarían arrasando. Pero no. Están enterrados. Porque decir verdades molestas no da dinero, y estas plataformas no están aquí para ser justas ni transparentes. Están aquí para hacer caja. Y si eso significa enterrar la verdad, lo hacen sin pestañear.
Los creadores independientes están en el punto de mira
Si no formas parte del club VIP de creadores “seguros”, patrocinados o alineados con lo políticamente correcto, estás jodido. Así de claro. Las plataformas no te lo dicen, pero lo dejan clarito con sus acciones: los pequeños creadores que hablan sin filtro, que no tienen detrás a marcas ni agencias, son vistos como un riesgo. Porque no controlan lo que dicen. Porque no se pueden permitir perder dinero contigo, y mucho menos, dejarte crecer si no estás domesticado.
¿Y qué hacen? Te limitan el alcance. Te desmonetizan sin motivo claro. Te meten strikes por cosas absurdas que a otros les permiten. Te castigan por decir lo mismo que un influencer famoso, pero sin su respaldo comercial. ¿La diferencia? Que tú no generas miles de euros diarios. Que tú no tienes una marca detrás defendiendo tu cuenta. Que tú eres libre, y eso molesta. Molesta muchísimo.
Es una caza silenciosa, pero muy real. Cada vez hay más creadores que se ven obligados a autocensurarse para no desaparecer del mapa digital. Porque saben que si dicen lo que piensan, si tocan temas incómodos o si van contra la narrativa dominante, las plataformas los van a apagar. Y no es que no gusten: es que no convienen. No rentan. Y como no rentan, no existen.
La censura se disfraza de “moderación”
La jugada maestra de las plataformas es el disfraz. No te dicen que te censuran. Te dicen que “moderan”, que “protegen a la comunidad”, que aplican sus “normas internas”. Pero cuando rascas un poco, te das cuenta de que esa supuesta moderación solo sirve para maquillar una realidad vergonzosa: están filtrando lo que se puede decir y lo que no, en función de sus propios intereses. No de los tuyos. No de la sociedad. De los suyos.
Es un sistema cobarde, diseñado para que parezca justo. Te bloquean contenido sin explicarte nada. Te dicen que incumples normas genéricas que nadie entiende. Y lo peor: te empujan a creer que el problema eres tú. Que fue “un error”, que “lo revisarán”. Pero la realidad es que hay contenido mucho más dañino —racismo, odio, acoso— que se queda ahí, visible, porque genera interacciones. Porque da números. Y eso pesa más que cualquier línea ética.
Esta no es una batalla por proteger a la comunidad. Es una estrategia para moldear qué tipo de contenido quieren que consumamos. Que pensemos lo justo, que no hagamos demasiadas preguntas y que todo lo que veamos sea inofensivo, superficial o rentable. El problema es que muchos no se dan cuenta… hasta que les toca a ellos. Hasta que un día dicen algo incómodo, y de repente, pum, silencio digital. Entonces ya no es moderación: es censura. Y de la dura.
Recuerda: Cuando el silencio se compra, la libertad se vende
No se trata solo de redes sociales. Se trata del mundo que estamos construyendo. Un mundo donde la libertad de expresión tiene precio, donde el algoritmo decide qué pensar y donde el creador independiente es tratado como una amenaza. Nos venden plataformas “abiertas”, pero lo que realmente nos dan son escaparates controlados, donde el contenido que sobrevive no es el más valioso, sino el más rentable.
Lo que más duele es la hipocresía. Porque mientras nos piden autenticidad, creatividad y participación, por detrás censuran, castigan y moldean nuestras voces. Si no pagas, si no obedeces, si no te adaptas, te callan. Y lo hacen sin que nadie rinda cuentas. Porque todo se esconde bajo etiquetas como “seguridad”, “moderación” o “normas”. Pero lo que hay detrás es puro control disfrazado de comunidad.
Así que sí, estoy cabreado. Porque no es justo. Porque muchos lo están viviendo en silencio, sin entender por qué su voz ya no llega. Y porque si no lo decimos alto y claro, si no denunciamos esta censura encubierta, pronto no quedará espacio para las voces reales. Solo para las que pagan. Solo para las que agradan. Y así, poco a poco, estaremos entregando la libertad a cambio de un puñado de likes vacíos..
¿Y tú? ¿Qué red social prefieres? ¿Profesional o personal? ¡Cuéntamelo en los comentarios! ¡Ah! Y recuerda seguirme en las mías: https://taplink.cc/tuconsejodigital
Excelente artículo. Claro y súper bien explicado de lo que está pasando
Me alegro que te haya gustado… he conseguido que la máxima representante de TikTok me bloquee por recordarle que debe cumplir la ley española. Así actúan, cuando no les gusta la verdad, te borran comentario y te bloquean, jejeje.