Trabajar no es solo ganarse la vida, es no perderla. Vivimos en una era donde se glorifica el “vivir sin jefes”, el descanso eterno y la libertad absoluta de horarios. Pero hay una verdad menos cómoda que pocos se atreven a decir: necesitamos trabajar. No solo por dinero, sino por salud mental, por identidad, por dignidad. El trabajo —bien entendido— no es una carga, es una estructura que da sentido al día y al alma.
No se trata de esclavizarse ni de romantizar el “estar ocupado”, sino de comprender que tener una rutina, unos objetivos y una constancia no solo ordena tu agenda, también ordena tu cabeza. Y aquí entra en juego algo que muchos esquivan: la constancia. Esa palabra incómoda que no brilla en redes, pero que construye todas las vidas que admiramos.
Este artículo no es para decirte lo que “deberías” hacer, sino para recordarte por qué hacerlo te hará bien. Porque trabajar no es solo una obligación… también puede ser una forma de cuidarte.